sábado, 28 de febrero de 2009

Educar en casa



Desde sus orígenes, este modelo educativo tuvo que hacer frente a la acusación de ilegalidad, con la consecuente demanda judicial contra los padres, por desacato de la legislación educativa correspondiente, que imponía la "escolarización obligatoria" como única vía legal para recibir una educación académica hasta los 16 años. Hoy sabemos que lo que este fenómeno realmente sacó a la palestra no fue educación en casa sí o no, sino educación fuera del marco único que impone la ley sí o no, convirtiéndose así en el germen que originó que cada vez más sectores de la sociedad en los respectivos países se cuestionaran la legitimidad y la constitucionalidad de la "escolarización obligatoria" tal como ésta había sido entendida hasta entonces.

Tras años de contenciosos con el ejecutivo, y avalados por los excelentes resultados académicos obtenidos por los jóvenes escolarizados "en casa" (primero en secundaria, y posteriormente en la universidad, valga de ejemplo el caso de la universidad de Harvard, que da admisión preferente a "escolarizados en casa" por su capacidad para el autoaprendizaje y la autodisciplina), y arropados por la creciente demanda social antes mencionada, cuestionando la legitimidad de la "escolarización obligatoria", los padres pioneros de la experiencia lograron que se fueran modificando las leyes en sus respectivos países hasta obtener el definitivo reconocimiento legal de la "escolarización en casa", abriendo las puertas así a otras vías educativas que no pasaran por la escuela obligatoria.

Paulatinamente otros países fueron modificando sus leyes en la misma dirección, y hoy en día son numerosos los Estados en que se puede optar "legalmente" por este tipo de educación, reconociendo así el derecho a la libertad de educación tal como se contempla en la Declaración Universal de Derechos Humanos. En nuestro país, por ahora, la legislación educativa no ha dado muestra alguna de sensibilización al respecto, aún cuando la mayoría de los países de la Unión Europea han dado ya su reconocimiento legal a la escolarización en casa.Los padres y madres españoles que han decidido inclinarse por esta vía, han tenido que afrontar la acusación de ilegalidad por parte de inspectores y Ministerio, juicio incluido.

Aún hoy, cuando los jueces españoles han confirmado que los padres que optan por este sistema educativo basando su decisión en consideraciones pedagógicas o académicas están simplemente ejerciendo un derecho fundamental recogido en la Constitución (Art. 27.3), ley de rango superior a las leyes educativas. La ley no distingue entre "no escolarización por abandono y desidia de los padres" y "no escolarización por intervención directa y activa de los padres en la educación de los hijos": ambas son igualmente ilegales. Lex, dura lex. No es de extrañar que, como sucedió antes en otros países, muchas personas encuentren claros síntomas de conflicto entre derechos y deberes en nuestra legislación educativa.

¿Qué ha sucedido para llegar a este punto en que un concepto que surgió para la defensa de un derecho humano fundamental puede llevar a la ilegalidad a aquellas personas que partiendo de la misma premisa, defender el derecho a la educación, intentan ejercer otro derecho igualmente fundamental: la libertad de educación?

viernes, 23 de enero de 2009

Cara a la pared


Según un informe elaborado por la Fundación SM en colaboración con la Organización de Estados Iberoamericanos, más de la mitad de los profesores españoles piensan que los estudiantes de ahora son peores y menos disciplinados que los de hace unos años. Ustedes disculpen, pero yo me permito dudar de que los chavales de ahora sean más zoquetes que nosotros: mi impresión es que ignoran algunas cosas no siempre útiles que nosotros sabíamos, pero también que saben muchas cosas valiosísimas que nosotros ignorábamos; además, como todo el mundo, los profesores tienen mala memoria. Poco después de que un amigo del colegio empezara a dar clase de filosofía en un instituto me encontré con él. "¡Qué desastre!", se lamentó mientras nos tomábamos una cerveza. "A los chavales de ahora no les interesa Aristóteles, ni Spinoza, ni Kant, ni nada de nada". Le dejé desahogarse, pero mientras lo hacía nos recordé a los dos sentados en el mismo pupitre de los maristas y aprovechando la menor distracción del profesor para mirar fotos de tías en pelotas mientras el buen hombre trataba de explicarnos el imperativo categórico kantiano. Comentando un libro de Daniel Pennac, Savater lo ha dicho así: "El alumno que no quiere aprender, que se aburre en clase, que piensa en otras cosas, que no comprende las razones por las que se le priva de su ocio y sus diversiones no es un caso imposible, sino normal. La chiripa es el alumno que no desea más que aprender". Quién más, quién menos, todos hemos sido unos zoquetes (y algunos todavía nos esforzamos por abandonar esa condición); la tarea del profesor consiste en ayudarnos a dejar de serlo.

Lo de la indisciplina es otra cosa. En este punto sí parece haber un acuerdo general con la mayoría de los profesores; somos padres pusilánimes, profesores pusilánimes, ciudadanos pusilánimes, y el descrédito del principio de autoridad, que es en parte el fruto de una salvaje tradición de autoritarismo, ha convertido muchas aulas en un guirigay sin freno en el que prospera la violencia. Es verdad que estas cosas no pasaban antes, porque antes se solucionaban a guantazos; lo que por lo visto no sabemos es cómo impedir que pasen ahora. Bien. No hace mucho recorté del diario Abc la noticia de que una niña de seis años, alumna de un colegio de Playa de Aro, en Gerona, había sido castigada por sus profesores a pasarse tres días de cara a la pared por haber agredido a una de sus compañeras; una foto tomada por el padre de la agresora ilustraba la noticia: en ella se ve a la niña sentada en su pupitre, de espaldas a la maestra y a sus compañeros, frente a la pared; M. R. Castillo, que es quien firma la noticia, anota que en la imagen la niña está "marginada, excluida, separada del resto y señalada". Según Castillo, el colegio acusaba al padre de la niña de haber agredido a su vez a una maestra y a la directora del centro como respuesta al castigo impuesto a su hija; la asociación de padres del colegio respaldaba la acusación; el padre admitía haber perdido los estribos, pero negaba haber agredido a nadie. Hasta aquí, los hechos, o al menos los hechos tal y como los contaba Abc (que yo sepa, ningún otro medio de comunicación se hizo eco de ellos).

En un colegio, la violencia es la manifestación más sangrante de la indisciplina; también es el primer enemigo de la educación, y el deber fundamental de un profesor es extirparla del aula. No existe una fórmula mágica para hacerlo, pero hay que hacerlo. Por supuesto, lo ideal sería hacerlo por las buenas; pero, si no se puede hacer por las buenas, hay que hacerlo por las malas: igual que el Estado castiga a quien comete un delito, la escuela debe castigar a quien transgrede una norma, y si hay que marginar, excluir, separar del resto y señalar a quien la transgrede, pues se hace, para que no sólo el transgresor, sino quienes sientan la tentación de imitarlo entiendan que esa regla no debe transgredirse. En eso también consiste educar. Desde luego, los guantazos sólo generan más guantazos (o gente pusilánime por reacción a los guantazos), así que no son la solución. Es posible que poner a una niña de cara a la pared no sea una solución muy imaginativa, aunque nadie ha demostrado todavía que sea ineficaz. Es posible que tres días de cara a la pared sean muchos días, aunque eso depende de la naturaleza de la agresión. En fin: todo esto es discutible. Lo que no es discutible es que agredir a los profesores que intentan imponer su autoridad en la clase es la peor forma de discutirlo. Lo que no es discutible es que no podemos lamentarnos de los males de la falta de autoridad de los profesores en las aulas y luego reaccionar como energúmenos cuando los profesores intentan mal que bien imponer su autoridad. Lo que no es discutible es que, para que puedan ejercer su autoridad, hay que apoyar a los profesores.

Javier Cercas. El País