domingo, 14 de septiembre de 2008

Paradojas de la hiperactividad

Al hacer mención de la gesta de Michael Pheps, me pareció oportuno dejar en este blog de educación un artículo breve y riguroso a la vez sobre la hiperactividad. Hace unos días lo encontré. Sobre este tema, existe un hilo abierto en nuestro foro de Inteligencia Católica.

Varios autores, ya desde 1940, han descrito la hiperactividad como un conjunto de trastornos del aprendizaje y de la conducta de unos niños cuya capacidad intelectual es generalmente normal, y en algunos casos superior. Los niños que sufren este tipo de trastornos constituyen una población muy variada, tanto en los síntomas que presentan como en los ambientes en los que se desenvuelven. Quizás por esto a estos trastornos se les ha dado diferentes nombres como síndrome del niño hipercinético o hiperactivo, dislexia del desarrollo, trastornos específicos del aprendizaje, disfunción cerebral mínima, etc.


Los niños afectados presentan unas manifestaciones externas que inquietan a padres y maestros, como la dificultad - al menos así lo parece- de centrar la atención en alguna tarea, permaneciendo poquísimo tiempo en ella. En la escuela todas las dificultades son más evidentes, por ejemplo: la comprensión de un texto, las técnicas del cálculo aritmético, el juicio crítico, todo trabajo de memorización, etc. les es más difícil. En resumen, pues, los síntomas que más llaman la atención son las dificultades en el aprendizaje, los trastornos de la memoria y la falta de concentración.

Para poder encontrar las causas, y posteriormente los remedios o terapia, es preciso aplicar el "criterio integrado" con una visión global de la persona, valorando los diferentes aspectos del desarrollo: neurológico, pedagógico, psicológico y antropológico. El hecho de que haya dificultades en algunos de estos aspectos - no tiene porqué ser sólo el neurológico- indica no que haya un bloqueo en la personalidad en formación, sino que es necesaria una reorientación en aquel aspecto.

En la gran mayoría de los casos, lo que se necesita es precisamente trabajar sobre aquel aspecto que falla, resaltando, al mismo tiempo, los aspectos que van bien. En ningún caso puede ayudarse a nadie con afirmaciones - desgraciadamente todavía presentes- como:-"Si te abriesen la cabeza, se vería que está llena de serrín"-, -"Eres un cabeza hueca"-, -" Eres tan torpe que nunca llegarás a nada"-.

El conocimiento de las etapas por las que pasa el desarrollo del Sistema Nervioso, para que el individuo perciba con cada sentido, tenga coordinación en sus movimientos y domine su esquema corporal derecha-izquierda, está dando mucha luz a todos estos trastornos que han amargado la vida a padres, hijos y maestros. Es cierto que, en alguna medida, la biología interviene en los niveles de desarrollo de la inteligencia. Es decir, las diferencias tan patentes tienen una base genética, pero no son definitivas. El cerebro es capaz de responder a las exigencias del medio ambiente y asegurarse las máximas oportunidades de supervivencia, sobretodo si desde los primeros momentos rodeamos al niño de estímulos y experiencias. Nacemos con el potencial necesario para la comprensión. Todo ha de ser aprendido a fin de que el cerebro, con su inmensa dotación de neuronas, construya nuestro propio mundo de imágenes y sonidos, de texturas y sabores. Esta es una gran verdad que nos anima y nos hace avanzar.

Las siguientes afirmaciones han de hacernos pensar en el daño que podemos hacer a niños y niñas que tengan estas manifestaciones. El mal está en sacar la conclusión de que no hay posibilidades, o que no existe el potencial de inteligencia para superar esta situación. La causa puede estar en el sistema nervioso, o probablemente, como ya hemos dicho, en otros marcos del crecimiento.

* La hiperactividad, con sus diversos nombres, ha sido objeto de severas críticas por diferentes autores, ya que es una denominación genérica, en la que se han englobado gran variedad de trastornos de la percepción y conductuales. Dice mucho, y no dice nada, si no la valoramos teniendo en cuenta la personalidad global del niño.

* Los estudiantes que fracasan han de ser ayudados, no etiquetados. No es raro encontrarse con alumnos, a veces con hijos, que comentan: "Hago lo que puedo. Lo intento con todas mis fuerzas. No tengo la culpa si he nacido tonto".

* En las escuelas esto se hace más evidente, incluso los profesores y educadores llegan a afirmar: "ya conoce el dicho: no se pueden pedir peras al olmo. Pues eso sería cosa fácil comparada con la tarea de enseñar a algunos alumnos que nos llegan". Estos comentarios dan lugar a una grave injusticia.

¿Hay alguien que dude que, ante estas situaciones, se produzcan defectos en la afectividad y en la autoestima? Los niños o adolescentes afectados se sienten incomprendidos por sus padres y maestros, y desarrollan sentimientos de inferioridad en relación con sus hermanos y hermanas, así como con sus compañeros, inseguridad, apatía por el estudio, estrés y ansiedad. Todo ello constituye a menudo un problema serio para los educadores mejor intencionados y bien formados. Y para los niños todo ha pasado como si hubieran quedado estancados o hubieran hecho un retroceso a años anteriores.

No nos dejemos engañar: existe una discrepancia entre el potencial de aprendizaje del niño y su pobre rendimiento escolar. Y, precisamente, en esta gran paradoja tenemos la clave para encontrar la vía de solución, el camino hacia el éxito.

Fuente: Nya3 (Neurología y aprendizaje)